miércoles, 14 de mayo de 2008

Encerrado en la profundidad de una escafandra…

Por: Alberto Zúñiga Rodríguez / betursus@yahoo.com.mx

Imagine el sonido de su voz sin eco, sin resonancia, pululando entre sus músculos y cavidades laríngeas sin poder aflorar, maniatado en sus ondas sonoras, inadvertido para todos... sin oído alguno que pueda vibrar en su interior a causa de su imperceptible voz. Mudo ante el mundo. Lejano a su propio cuerpo. Imagínese también en silla de ruedas, ha tenido un paro cardio-vascular que lo ha dejado inmóvil, con un sólo párpado que su cuerpo “controla”. Respire profundo, hágalo varias veces, inhalando esas bocanadas de esperanza porque lo ha perdido todo: su radiante empleo como editor de la reconocida revista Elle, su nueva pareja, el carro convertible que había adquirido hace muy poco y lo más importante, el contacto con sus tres hijos (que viven con su ex esposa).
Su cuerpo está postrado en territorio francés, concretamente en una cama de un hospital cercano a la ciudad que cuida del Sena. Su nombre: Jean-Dominique Bauby. Edad: 43 años. Usted efectivamente existió, pero ya ha muerto, justo después de haber escrito un libro. Sonará extraño que pudiera “escribir” en esa condición, pero le sorprenderá saber que esto fue posible gracias a un programa de ayuda que el sanatorio le brindó a través de dos especialistas, una en audición y otra en lenguaje (sí, ambas mujeres, tremendamente bellas). ¿Cómo lo hizo entonces, cómo pudo plasmar sus ideas en un papel? Por medio de su único elemento corporal que funciona, su párpado izquierdo. El mecanismo fue complicado, pero rápido pudo adaptarse a él. Alguien le recitaba el alfabeto y usted elegía la letra con un parpadeo.
Si ya pudo imaginar la situación, sentirla o incluso sufrirla (emocionalmente hablando, claro está), lo que le resta es disfrutar de una obra maestra en complicidad de la luz del cinematógrafo y la oscuridad de una sala: La Mariposa y la Escafandra (Le scaphandre et le papillon, 2007) del director Julian Schnabel (Antes de que Anochezca, 2000 y Basquiat, 1996). Destacada en su fotografía y con una puesta en cámara que dibuja espacios de nostalgia y secuencias de devoción por la vida durante todo su metraje, esta cinta toma como eje fundamental narrativo la voz en off de su protagonista, increíblemente interpretado por Mathieu Amalric. Recurso que lejos de desbordar el aburrimiento del espectador o convertirse en un artificio de fácil manufactura para contar una historia, lo acurruca en sus trayectos audiovisuales y lo induce a su digestión emotiva. El guión, por su parte, en cada pensamiento del convaleciente Jean Do, acarrea nuestros sentidos a la escafandra de su propio cuerpo, que poco a poco filtra agua y lo ahoga a cuentagotas.

Con más de 35 premios internacionales, 4 nominaciones de la Academia yanqui y una agraciada reputación otorgada por la crítica, La Mariposa y la Escafandra, es una película bastante franca en su propuesta, fresca, con muy buena música, sin mayores pretensiones que lograr una empatía firme o un diálogo profundo con su interlocutor, con rasgos de buen humor a pesar del tema que aborda y mejor aún, sin colindar en lo sentimental-barato para ganar adeptos. Su mayor logro es arrastrarnos a la profundidad de un sentimiento amargo, de una metáfora acuosa y por qué no, de imaginarnos verdaderamente en esa terrible situación.
De las entrañas de esta cinta también debemos subrayar la relación que tiene el protagonista con su padre, la cual emerge como una subtrama que gracias a su montaje –bastante adecuado en ritmo y presencia- nos transporta por las oscuras tierras de la vejez y la soledad, contrapunteando muy bien con el mundo de libertad (la metáfora de la mariposa) que Jean Do genera para sí, y por supuesto, el magnífico uso de la cámara como un personaje meramente subjetivo.

Nunca mejor dicho, no se hable más y disfrute de esta excelente cinta sin parpadeo alguno, vale la pena no perderse de absolutamente nada.