jueves, 4 de junio de 2009

A propósito de los sueños (migratorios).

Por: Alberto Zúñiga Rodríguez / betursus@yahoo.com.mx

En el archivo fílmico nacional (o por coproducción con otros países) se siguen incorporando títulos con temática de viajeros, pero no precisamente con la cualidad de turistas y el hedonismo que los motiva a conocer nuevos sitios. Se nota que sigue vigente la imperiosa necesidad de describir el difícil trayecto que viven los connacionales que deciden abandonar esta tierra y buscar en la del vecino una nueva oportunidad de vivir otra vida. Da igual prácticamente que vengan del sur, del centro o del norte (incluso de otros países) porque el objetivo es el mismo, burlar el Río Bravo, la migra, sobrevivir a los coyotes, el desierto, la corrupción, el calor y otros obstáculos.
En estos días especialmente me llamó la atención –después de la veda fílmica por causas de salubridad nacional ampliamente conocidas- que dos películas de migrantes se sucedan en las marquesinas de los cines: Sin Nombre de Cary Fukunaga y 7 soles de Pedro Ultreras. Para fines prácticos y lo que hoy pretendemos subrayar en este espacio, la primera producción será motivo de referencia.
Reza la sabiduría popular que cuando uno critica lo ajeno, olvidamos lo que hay en el interior de casa, o sencillamente toda la basura que pudiéramos sacar, la mandamos al último sitio del escalafón de nuestros intereses que motivan la crítica. En Sin Nombre, entre líneas se puede descifrar que efectivamente en la búsqueda del sueño americano, las únicas víctimas no son los nuestros, también los acompañan en la tragedia los vecinos de países del sur que hacen una escala difícil en Guatemala y se las ven aún más negras cuando tienen que lidiar con la terrible migra mexicana, en este caso, la del estado de Chiapas. Por ejemplo, en una escena poco explícita pero sí de una hermosa sutileza, vemos cómo la protagonista de Sin Nombre, la adolescente hondureña Sayra, junto a su tío y su padre, son “extorsionados” cuando los revisan las autoridades migratorias de nuestro país bajo el pretexto de una revisión. La escena siguiente los muestra con mayor precariedad económica y a la espera de un tren que los ayude a cruzar por territorio mexicano.

La trama es evidente. Sayra y sus acompañantes desean pasar a Estados Unidos pero lo que hace a esta producción “peculiar” y hasta cierto punto increíble, es la relación que Sayra establece con El Casper, un integrante de una pandilla de origen salvadoreño (establecida ya en territorio nacional y ampliamente en la unión americana) que intenta huir de sus filas después de haber desertado de una forma violenta y haber sufrido un maltrecho amoroso. De hecho, la persecución de los maras en contra de El Casper es lo que complementa el conflicto y de alguna forma, utiliza como pretexto para que éste decida ayudar a la adolescente centroamericana.
Sin Nombre devela la red de complicidades que existen en torno a un tema por demás conocido y no centra su esfuerzo en analizar el fenómeno de las pandillas, ya que sólo lo utiliza como marco de referencia para el personaje antes mencionado. Prácticamente da lo mismo que sean maras o neonazis, narcotraficantes o tratantes de blancas. Lo que importa en todo caso es mostrar que hay quienes se sienten nacidos para perder y quienes nacen en la miseria y desean escapar de ella, aunque en ello se les vaya la vida o incluso la pierdan, como sucede con muchos migrantes en el mundo.
Amy Caufman y Canana Producciones, productores de esta cinta, apuestan por conducirnos a una realidad bastante cruda, arropados por una serie de escenas violentas muy bien desarrolladas en cuanto a montaje se refiere, pero no muestran más violencia de lo que este fenómeno es por sí mismo. Vale la pena trepar a la cima de los vagones por donde nos lleva el metraje de esta producción mexicana que contó con el apoyo del Instituto Sundance.




Texto publicado el domingo 31 de Mayo de 2009, en la columna quincenal de cine Butaca Sinestésica RKO 281, del suplemento de cultura Letras de Cambio, del periódico Cambio de Michoacán.