martes, 10 de junio de 2008

Las reglas de la complicidad cinematográfica…

Por: Alberto Zúñiga Rodríguez / betursus@yahoo.com.mx

Este terrible verano cinematográfico (como ya lo he dicho en otros años) es muy probable que vaya de la mano de cualquier pretexto de maldad humana que sea vigente a nuestros días o alguna crisis paranoica con tintes intelectualoides: el calentamiento global, la reforma petrolera, los problemas políticos, sociales y económicos de China y por qué no, el presagio funesto de una 61 edición de Cannes completamente insufrible –al menos eso dice la crítica especializada o privilegiada de haber disfrutado de la costa azul gala en todo su esplendor y ánimo festivo glamuroso-…
Así que si nos ponemos más paranoicos y ridículos aún, digamos que la culpa la tiene Ironman por haberle dado la oportunidad a Robert Downey Jr de haberlo interpretado admirablemente en su cuerpo de hojalata… o Spielberg, por regalarnos un rato de alegría y nostalgia con la última entrega de, su ya mítico y senil, Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal. Fuera de esos títulos, al día de hoy no hay nada bueno que ver en las salas michoacanas y para estos dos meses que nos esperan de calor y salas atiborradas de infantes vacacionistas, la única esperanza se vierte en Hulk, con Edward Norton que encarnará su verdosa piel, y un prometedor carismático ainuropoda (nombre científico del Oso Panda) llamado Kung Fu Panda… Es más, tan mal estamos como ya es esta tradición veraniega, que casi me siento tentado a recomendar la última chickflick de Cameron Díaz y el afortunado compañero de la guapísima Demi Moore, Ashton Kutcher, en Locura de Amor en Las Vegas. Pero no, no es para tanto, aunque cumple con los requisitos de su género y arranca un par de carcajadas con forseps, no vale la pena destilar, del ya de por si roto bolsillo mexicano, un tostón por algo que en menos de un año se transmitirá en algún canal de su sistema de cable.
Propongo que en lugar de seguir reseñando la penuria de estos cálidos y acuosos días, con sus dos notables excepciones como Eastern Promises o mejor conocida como Promesas del Este, del canadiense David Cronenberg (La Mosca, 1984) o Mi Historia sin Mí (I´m not there, 2007) de Todd Haynes, con una propuesta de ensayo fílmico que raya en lo metabiográfico sobre las distintas facetas de Bob Dylan (interpretadas por gente como Cate Blanchett, Christian Bale, Richard Gere, Ben Whishaw o el recién difunto Heath Ledger), charlemos mejor y brevemente entorno a lo que mencionamos en el título de esta columna y hasta ahora no hemos dicho nada: las reglas de la complicidad cinematográfica. Arranquemos entonces.

En cualquier relato donde esté presente la narración de una historia (sea oral, audiovisual, literaria o teatral) el autor de la misma desde el principio debe fijar unos límites dentro de sus parámetros de imaginación y designar un espacio-temporal donde se desarrollará el relato, esto con la finalidad de que su interlocutor sepa de qué está hablando o por dónde navegarán las aguas de su inventiva (por muy inverisímiles que estas parezcan). Pero para que exista la plena complicidad, necesita también explicar el autor –de una u otra manera- qué intenciones mueven a sus personajes a realizar las acciones que terminarán por contarnos la historia, es decir, se trata de fijar las reglas del juego ayudándose de todo lo anterior. Por consecuencia, cuando esto sucede y todo trascurre con “normalidad”, nosotros como espectadores nos entregamos de lleno a la película sin cuestionar la verdadera posibilidad de que un auto hable, vuele sin alas o que simplemente un personaje pueda ser invisible. De hecho, salimos contentos y tarareamos la rola que Williams creó para Indy (Indiana Jones, para los cuates). Pero y ¿a qué se debe esto? A que damos por sentado que esa es una realidad verosímil (posible, verdadera) desde la perspectiva del cine y que hemos establecido un pacto tácito con el guionista y director de aceptar como cierto lo que ellos nos proponen en pantalla, pero mucho ojo, sí y sólo sí respetan las reglas que ellos mismos han creado o nos han brindado para su historia. Por eso cuando vemos algo que parece increíble dentro de esa realidad cinematográfica –insisto, por muy extravagante que sea- nos sentimos defraudados y sentimos que el curso de la cinta ha perdido su cause, para desembocar en una falta de complicidad entre el que ve y el que crea… Por lo tanto, por estas “sencillas” razones, hay días que se convierten en una pesadilla cuando vemos producciones donde los personajes se quedan en lo anecdótico y no dan el paso que los pueda consagrar como seres verdaderos –cinematográficamente hablando-… muy a pesar de todas sus consecuencias. Así que ahí lo tienen, si alguna vez se sienten defraudados por una película, pregúntense si realmente hay un acatamiento por la historia que alguien creó y no fue capaz de respetar…
Paciencia para este verano y espero que nos sigamos leyendo pronto, con mejores noticias.

Texto publicado el domingo 8 de Junio de 2008, en la columna antes semanal (ahora quincenal) de cine Butaca Sinestésica RKO 281, del suplemento de cultura Letras de Cambio, del periódico Cambio de Michoacán.

1 comentario:

Anónimo dijo...

hey beto, ya me chuté una buena parte de lo que aquí tienes, espero sigas dando buena cátedra con estos artículos durante mucho tiempo.
saludos!
Moncho!