martes, 17 de junio de 2008

Sexo en la ciudad o una aberrante oda al mercantilismo.

Por: Alberto Zúñiga Rodríguez.

Cuando uno va a una sala porno definitivamente encontrará eyaculaciones, mujeres voluptuosas, erecciones, cuerpos desnudos y todo el contexto que implica el género cinematográfico dedicado al sexo. Si dejamos de asistir o ver ese tipo de cine, no pasa nada y si alguien, que no se precia de ser un buen cinéfilo sexual acude por accidente a un sitio de estos (nadie cae por accidente, es casi un hecho), seguramente saldrá horrorizado. Esa sensación de terror, asco o no sé cómo describirla, fue la que su servidor tuvo permanentemente mientras el repugnante metraje de Sex and the City discurría por la luz que mis pupilas maldecían cuadro a cuadro. Trataré de explicar por qué tal molestia y por supuesto, no intentaré justificar el haber asistido a esa proyección (no fue accidente, insisto… al contrario, arrastrado por el curioso fenómeno de masas que genera).
Tras el contundente éxito de la serie de nombre homónimo con seis temporadas en su haber, traducido en México como Sexo en la ciudad, los productores decidieron hacer de su hit televisivo una cinta blockbuster para este terrible verano cinematográfico (¡y vaya que le atinaron!).
Evidentemente orientada a un mercado completamente específico, dirigido y objetivo, pero de igual manera funcional para un incauto como el que escribe, que jamás había visto un solo capítulo de este serial “femenino”. Así que, sin tener algún conocimiento previo, el craso error se hizo doblemente patente al entrar al recinto que cobija las luces y sombras con tal sólo una sinopsis-advertencia que rezaba algo como:

La exitosa autora Carrie Bradshaw (Sarah Jessica Parker), vuelve con su famoso ingenio totalmente intacto y más agudo que nunca, para narrarnos su propia historia sobre el sexo, el amor y la obsesión de las mujeres solteras de Nueva York por la moda. Sexo en Nueva York nos muestra a Carrie, a Samantha (Kim Cattrall), a Charlotte (Kristin Davis) y a Miranda (Cynthia Nixon) cuatro años después de que terminara la exitosa serie de HBO….

Explicado el contexto y la sinopsis de la cinta que no dice nada, comencemos con la crítica, probablemente muy destructiva, lo sé, pero es que resulta insoportable ver tanto halago por una producción tan nefasta. Primero. El tópico grita a los cuatro vientos que los hijos de la perra rabiosa mueren de ello y no tenemos por qué extrañarnos que 4 mujeres cuarentonas (quasi deficientes mentales) vivan para usar ropa de moda extremadamente ridícula, acudir a restaurantes famosos y ser víctimas de los inteligentísimos textos de Cosmo (o qué sé yo) especializados en las futilidades de la vida, y que en su defecto, cavilen sobre el amor a diestra y siniestra con su gran intelecto. Así que sin mayor preámbulo develemos que el argumento es muy sencillo, la protagonista, Carrie, se va a casar con el tipo con quien lleva viviendo más de 10 años en unión libre… para variar es el típico carilindo, alto, exitoso (¿podría ser de otra forma?), se llama Grande (Big) y con las reacciones más antinaturales que convencen a cualquiera de su mal histrionismo. ¡Ah!, pero nuestra protagonista está enamoradísima de él y pues evidentemente, el conflicto será la boda y su mayor ilusión aparecer en Vogue ataviada de novia. Mientras esto sucede, el desfile de marcas se hace patente en cada escena en que escogen el vestido, caminan por las avenidas de Nueva York, toman café o muestran a la cámara cualquier clase de objeto o artilugio de moda. No quiero imaginarme cuánto cobraron a dichas marcas por estar en manos de esas… actrices. Así pues, durante las primeras casi dos horas, la corriente nos arrastra por sus charlas tan llenas de “sapiencia” y sin ningún tipo de gracia (al menos ese artilugio nos hubieran regalado los guionistas o evitado la escena de mal gusto y repulsión por nuestro México tercermundista) que de verdad parece que se trata de un capítulo más de esta serie, que afortunadamente nunca vi. Segundo. Como este tema de las bodas en las pelis de niñas bien, lo hemos discutido en más de una ocasión, pasemos al análisis del personaje protagónico: Carrie. Una mujer rubia, con cuerpo agonizante o bulímico, se construye en la serie y en el relato de esta cinta como una escritora del amor, relevando sus pasiones en la vida: el chisme y la banalidad que aflora en el mundo mercantil de la moda (intenta entender la naturaleza humana, pero no creo que su IQ se lo permita). Por consecuencia, entiendo por qué algunos nos alarmamos de que este personaje se erija como una especie de gurú para nuestras adolescentes (o no tan adolescentes) y un modelo que inculque el basto valor de que sin un buen guardaropa o unas garritas de marca, no eres más que una doña nadie (atención en la escena del obsequio de una bolsa a su asistente personal) y que sus grandiosas frases repletas de lugares comunes y tanta elocuencia (por su basta preparación, ¡já!) idioticen a cualquier persona que guste de no luchar por una personalidad propia, alejada del mito de la princesa medieval, ahora neoyorkina y material. Cuatro. Darren Star (su creador) y los guionistas Candace Bushnell y Michael Patrick King (también director) deberían estar apenados del mensaje masivo tan absurdamente mercantilista de esta cinta, que no es más que un reflejo del imperialismo de un país castrante económicamente hablando, intolerante en lo social y por supuesto, empeñada en contener valores basados en dietas, mercadotecnia publicitaria y una sexualidad que no logra despertar en sus seguidores más que irrisorias reflexiones sobre la vida en rosa o el placer de la diversión acéfala. Quinto y último. Si no la ven o la ven, tampoco pasa nada, pero lo que sí no se vale es que no hagamos un alto para analizar lo que nos está “divirtiendo” como sociedad globalizada.

Texto publicado el domingo 22 de Junio de 2008, en la columna antes semanal (ahora quincenal) de cine Butaca Sinestésica RKO 281, del suplemento de cultura Letras de Cambio, del periódico Cambio de Michoacán.

No hay comentarios: