martes, 11 de septiembre de 2007

El castigo divino de las viudas: Agua.

Por: Alberto Zúñiga Rodríguez. / betursus@yahoo.com.mx

Varanasi, La India, 1938. Una niña de 8 años, recientemente casada por mandato divino y las costumbres de su país, ha perdido a su esposo; de hecho, el mismo día de su boda. Ella, de nombre Chuyia, sin prácticamente haber conocido a su marido moribundo, es llevada por sus padres a una especie de asilo para viudas, cuyo destino es permanecer ahí el resto de sus días, obviamente, como también lo manda la tradición religiosa… En ese ashram para viudas, Chuyia es despojada de sus rizos hasta dejarla pelona, como un sello distintivo de su condición social y su desgracia permanente, al igual que sus compañeras de pesadumbre y de diferentes edades. Con su inocencia a cuestas, esta pequeña se rebela y cuestiona con preguntas espontáneas y actos propios de su edad, el estadio de aislamiento que viven las mujeres que le acompañan, manteniendo siempre la fe de que sus padres volverán por ella al día siguiente. Sin embargo, esto no sucederá y por el contrario, encontrará en la guapísima Kalyani (Lisa Ray), un pilar que sostendrá su equilibrio emocional y su entusiasmo por la vida.
En ese contexto histórico-fílmico, el líder pacifista Mahatma Gandhi es recientemente liberado de la cárcel e inicia su lucha revolucionaria que le permitirá a la India emanciparse de los británicos. Al igual que miles de seguidores de este personaje, un entusiasta joven de la alta casta brahman, estudiante de derecho, llamado Narayan (interpretado por el famoso actor de Bollywood*, John Abraham), espera ansiosamente que las condiciones sociales cambien en su país y no pierde la oportunidad para cuestionar su entorno.
Estas dos historias sin conexión aparente de la película Agua (Water, 2005), dirigida por la directora hindú afincada en Canadá, Deepa Mehta, encuentran una escena que las une cuando Chuyia y Kalyani conocen a la orilla del río Ganges a Narayan, quien se interesa profundamente por la acompañante de la niña y descubre la tragedia que gobierna la vida de ambas. De ese encuentro, cinematográficamente se derivará un romance que guiará el argumento de la cinta y secundará la verdadera intención de la realizadora en este filme: denunciar la terrible condición social que padecen miles de viudas de su país, como lo vivieron en la época colonial y lo siguen viviendo a causa del recalcitrante fundamentalismo hindú.


Ya entrados en la historia, también descubriremos además de una notable fotografía y una buena dirección del binomio cámara-actores, que el asilo donde estas mujeres sobreviven no es otra cosa que un burdel disfrazado y que la líder es una especie de madrota que regentea a las “reclusas” a cambio de marihuana y dinero que les de comida y sustento para “todas”. Otra hipocresía protegida por la farsa religiosa.
Por otro lado, la música y la recurrencia metafórica del agua, como algunos otros simbolismos religioso-culturales, nos sitúan ante una percepción poco occidental que delega en el montaje la misión de mostrar una media entre la barbarie y la delicadeza con la que esta directora condujo su historia, lejana a cualquier tinte amarillista que desviara la profundidad del mensaje. También brotan en Agua, aspectos que no escapan a la tradición cinematográfica de ese país, como lo son las escenas de corte semi-musical, que involucran directamente a los protagonistas en su ejecución vocal o instrumental, o su afán por mostrar un equilibrio en las situaciones más indeseables, tan intrínseco a su religión.
Para terminar con esta entrega, además de invitarle a ver lo que el hombre es capaz de hacerle a sus semejantes en nombre de un dios, sólo falta hacer de su conocimiento que este filme estuvo rodeado en su realización de amenazas de muerte, angustia y momentos de tensión, ya que en pleno segundo día de rodaje en el año 2000, la directora Deepa Mehta, se vio obligada a cancelar y replantearse el escenario por las múltiples protestas y conatos de violencia que sufrió su equipo de producción y los decorados. Así que de Varansi, tuvieron que moverse (años después) a Sri Lanka, para culminar con este proyecto tan notable que, sin duda alguna, hace una llaga en lo más profundo de la sensibilidad humana. Si es que ésta sigue existiendo.

* Bombay, Centro cinematográfico de la India.

Columna: Butaca Sinestésica RKO 281. Publicado el Domingo 16 de Septiembre de 2007. Suplemento Letras de Cambio, del periódico Cambio de Michoacán.

Más datos sobre la directora y su trilogía Fuego, Tierra y Agua: Deepa Mehta en http://www.imdb.com/name/nm0576548/

2 comentarios:

Lata dijo...

BETUSSS yo acabo de escribir también de esa peli. Y de hecho quería hacer la siguiente cápsula un comparativo entre esta y Las Tortugas pueden volar, ¿la tienes? es que la vi hace mucho.

:P

Lata dijo...

AH, puedes leer lo que postié en este blog y en www.latamoderna.ciudaddeblogs.com, donde hay varios comentarios. Claro, mi historia no tiene mucho que ver con la tuya, sino más bien con lo que sucedió alrededor de mi "Water".